12/2/18

No es deporte para pamplinas

Que se suelten la coleta los que la lleven, pero ojito con dejar el pelo demasiado al aire porque puede servir de perfecto lastre ante la estampida rival. El partido de este domingo acabó con mis nervios internos y agrandó el diametro de mi garganta emocional al tener que tragar demasiado desde la banda a sabiendas de mi imposibilidad de entrar en el campo y, al menos, permitir equivocarme yo mismo.

No sé cuanto de responsabilidad tiene el hecho de no haber podido entrenar  ni miércoles ni viernes, ni cuanto de duro pudo llegar a ser el juego rival (aunque viendo la expulsión por juego peligroso uno puede dudar entre casualidad o causalidad). Dicho lo cual ya es de por sí que se le siga poniendo la cara de "empanados" a ciertos clubes ante los ojos de la instituciones municipales. La sesión preparatoria del miércoles estaba planificada en el Campo de Los Tiradores, el cual estaba completamente nevado e impractible. Ante esto, el IMD actúa en consecuencia con el deber que le debe a sus usuarios y habilita al club la alternativa de utilizar el campo de La Beneficiencia, si bien a un horario mucho más díficil (22:00 horas de la noche), hecho ante lo cual cuerpo técnico y jugadores decidieron rechazar cordialmente la proposición a esperas de poder trabajar el viernes con total normalidad sobre el césped del Luis Ocaña. Pero no fue tal que así. El equipo asiste al escenario donde compite como local en una liga valenciana y se encuentra con la prohibición de pisar el césped por el delicado estado en el que se encuentra tras las nevadas. Todo esto a escasos minutos de comenzar la sesión y sin proponer alternativa alguna para la ejercitación de los jugadores. Con el campo pagado pero ante esta adversidad, la solución son dos horas de charla técnica, debate entre la plantilla y poner muchas cartas sobre la mesa que terminan por cambiar la capitanía del equipo. Una mochila llena de responsabilidades que llevaba tiempo en la espalda de una de los pilares de mi pasión por este deporte y más aún, de que esto crezca año tras año y no se convierta en una repetición efímera de una moda de los 90. Y somos jugadores de rugby para soportar grandes cargas y golpes, pero no dioses para actuar y aguantar como si ello no tuviera consecuencias.

Pero volviendo al partido del domingo, da la sensación de que tenemos una alegría precoz y fugaz de lo que debe imprimir este deporte. Mires, leas y escuches cuantas entrevistas quieras a cualquier componente del equipo, podría cambiar la fecha, la voz o el puesto, pero siempre hay un mismo mensaje: "jugamos para disfrutar del rugby", y no es esa la sensación que ofrece el equipo en su totalidad. Corremos a dar los primeros, y nos limpiamos las manos para luego llevárnoslas a la cabeza cuando el golpe es devuelto por multiplicado.

Hay rabia acumulada  que se suelta felizmente cuando se hacen las cosas bien, como todo. La presión en un escenario en el que sabes que puedes ser carnaza de golpeo de un tío que te dobla el peso, puede asimilarse a darse un pequeño buceo por Las Marianas. Pero hoy día ha cambiado la sensación, la reacción al error. La bajada de brazos. Mucho grito pero poca simbiosis. El espíritu de Albacete parece eso, un espectro. Un espejismo que se manifestó durante 80 brillantes minutos en Cuenca y quién sabe si ya se ha embarcado junto a Caronte para no volver, si nos visitará dentro de un tiempo como hacen los cometas por el sistema solar o si lo volveremos a despertar de una siesta que, por el momento, es la envidia de un servidor (porque está durando demasiado).

Sabemos a lo que venimos. Soy el pefecto ejemplo de que el jugar para algo que no sea la correcta cordinación de las acciones individuales con la planificación del equipo se paga muy caro. A muchos nos gusta hacer sentir que somos duros, que demostramos algo que otros deportes no pueden alcanzar. Llenar el vacío de afición que tenemos con palabras que se hacen demasiado grande en la boca y no en el corazón. Aquí no se viene a peinarse, a lucir botas o a hacer bailes tras una marca. Este juego representa, tal y como dice el texto que se lee antes de cada partido en el vestuario conquense, "una entrada en la vida".

El objetivo no es más que la entrega del potencial de cada uno. Un esfuerzo que compone la pieza de un engranaje que empuja con 15 ruedas y otras muchas tras él. Piezas que deben saber su potencial, modificar su esfuerzo en la medida de que se acople en perfección al resto, saber hacer aquello y simplemente aquello que saben hacer, trabajarlo hasta la perfección, comunicar sin que un grito de corrección aporte más dudas que confianza en el compañero y jugador...

Dejemos las pamplinas. Dejemos de lamentaciones y volvamos a disfrutar de esto, que es para lo que estamos aquí. Volvamos a dar alegría al choque. A mover el melón hasta la esquina sin que caiga y pasando por las manos de todos. No es algo imposible, porque ya habéis demostrado hacerlo antes.




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