14/1/20

No es deporte para verlo desde la barrera

Guillermo García, capitán del Club Rugby A Palos. Foto: Mario Gómez

La hierba recién cortada al gusto como el que analiza con el olfato un bien vino antes de catarlo, además de forma literal. Compungidos, nerviosos, con ansias de tragar tierra y a la vez querer hacer morder el polvo al rival. Así los imagino momentos antes de salir de ese cajón de azulejos viejos y blancos entre el traqueteo del aluminio impactando a sus pasos por el suelo.

Sin tiempo a expandir sus ganas de brillar en ese foso de vientos fríos y fondos abiertos, ahora teñido entre la barbarie del encanamiento de la pelota entre distintas administraciones. Ahí, en el barro del desahuciado que resulta el spa del cerdo, de un carácter abstracto, como la mira que utilizan aquellos que no entienden esto del ovalado y simplifican más de cien años de historia con una vaga imagen de desvirtuados caballeros cosiéndose a mamporrazos.

Ahí, tras sufrir el destierro obligado, tras marchar por un desierto en la búsqueda de su tierra prometida, sabiendo en todo momento dónde estaba, pero muriendo antes de querer poner un pie en ella. Exiliados forzosamente y arrastrados por arenales ajenos, desarmados en lucha injusta, sin una preparación digna, expoliados de herramientas que atisben si quiera la esperanza del perdido. Sólo la creencia en ellos mismos ha evitado que se volvieran locos, al tiempo que les nutrió de una ira y rencor con el que pintaron de triunfo esta primera tarde de sábado con rugby en Cuenca.

Ahí estaban los veintitrés, más otro buen puñado de entregados. Estrechados en pieles pulcras y resistentes, a la espera de teñirse de barro, sudor, y encontronazos cargados de adrenalina. Pertrechados en gel analgésico, en camisetas interiores encorsetadas y revestidas de anchas telas colgantes que en algunas posiciones difícilmente se ajustan a los cuerpos que las visten. Ahí estaban y qué envidia desatan desde la barrera, haciéndome sentir como el tullido a proteger, como el encajonado tras la madera observando la lidia, como el juglar que contará unas batallas en las que ni siquiera tomó parte.

En su perseverancia ha estado un premio que aún ni siquiera les ha llegado, pero que no dudo que conseguirán. Pasar de las mieles de verse en la cumbre a nadar por no ahogarse en el pozo de la clasificación, y hacerlo con el ímpetu, el orden y la necesidad del disfrute donde otros pueden ver sufrimiento, es un legado maravilloso de observar.



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