16/3/20

No es deporte para mí



En el afán de seguir descubriendo disciplinas deportivas apasionantes, y unos días antes de que el virus cerrase cualquier intento de revancha, decidí darme de bruces con la práctica de waterpolo inducido por el consejo de un compañero de gimnasio.

Pocos son los meses desde que conocía que en Cuenca esta exigente práctica deportiva no era cosa de espectadores, sino también de un reducido grupo de amantes, unos pocos de tantas decenas de miles, como si fueran unos supervivientes.

Es por ello que relaciono su práctica con el apocalipsis. El hecho de que vivamos en una especie de película de terror no tiene nade que ver. Desde mi punto de vista y dada mi primera toma de contacto, considero el waterpolo como el 'deporte umbral' para saber quiénes sobrevivirían con capacidad en un mundo de invasión zombi o similar dada la combinación de habilidades físicas y mentales y al ingrediente añadido de moverse en un espacio por el que el sonido viaja unas cinco veces más lento que en el aire.

Vaya por delante que el agua es un medio en el que me muevo soberanamente mal y que no soy dado en el ambiguo arte que tienen algunas personas de ‘ser bueno en todos los deportes’, pero para acercar la dificultad en la primera toma de contacto de este deporte, hablamos de una actividad que mezcla la necesidad vital de no ahogarse con las alertas implícitas en cualquier juego de balón: control del movimiento propio, aliado y rival, precisión, velocidad, estrategia, coordinación colectiva…

Demasiados libros para cargar en una mochila como la mía que de serie tiene una alta predilección por hundirse. Eso sí, los ánimos de los ya curtidos en esta peculiar práctica mitigan el duro impacto que se da uno contra la realidad cuando comprueba que su capacidad de supervivencia sería nula si tomamos el waterpolo como unidad de medida: “Suele pasar el primer día, cuando cojas la técnica ya verás cómo disfrutas”.

Pese a que el resultado fueron unos 15 minutos de angustia por mantenerme a flote más que por atajar balones por encima del agua, para luego sufrir continuos calambres en las piernas que terminaron por completo la odisea en la piscina del Complejo Deportivo Luis Ocaña, mi mente tenía puesta la visión en volver a probar este ‘Via-crucis sin hacer pie’.

Tal y como me comentó Ángel Bejarano, (el ‘amigo’ del gimnasio que me invitó a probarlo), los martes se suelen reunir de 3 a 4 de la tarde para hacer unas 'pachangas' (cortadas ahora por la situación del COVID-19). Lo habitual es que siempre se utilice una sola portería sobre la que atacan por posesiones grupos de tres a cinco jugadores. “Esta situación, la de disfrutar de una piscina para practicar y jugar un poco, es algo que sería impensable en Madrid dada la alta demanda que existe allí, pero sí, en Cuenca hay Waterpolo, poco, pero lo hay", decía.

El fin de toda esta cuestión, y siempre y cuando la normalidad vuelva a nuestras vidas, era animarles a probar el waterpolo en Cuenca, advirtiendo de la exigencia que ello conlleva, pero que de superarla, ya podrá saber que reunirá unas gratas condiciones de supervivencia en el caso de que todo esto se vaya al traste. En cuanto a mí, lucharé porque así sea, pero si no, también es una actividad muy grata de fotografiar.


Share:

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno Mario! Muchas gracias por contar así de bien tu experiencia, a ver si además de para hacer un poco más llevaderas estas horas que tan largas se nos hacen a los amantes del deporte sirve para atraer a algún "incauto" más a la piscina, jajaja!

    Como ya te dijimos el primer día es duro, pero enseguida que coges cuatro cosas básicas es muy divertido y muy completo.

    Gracias otra vez y ánimo en estos días difíciles.
    Bencha.

    ResponderEliminar