13/6/18

No es torneo para flacos: el FAT Rugby



En el amplio refranero español dificilmente habrá enseñanza que cargue nuestro sentimiento de impulso y voluntad como la de "no hay huevos". Tres palabras, un mundo y el caos a su porvenir y una leve cuestión de responsabilidad que pasa desapercibida con la rapidez que aceptamos los términos y condiciones del servicio.

Así nacen mil y una catástrofes y otras mil y una aventuras. El FAT Rugby, torneo organizado por el Quebrantahuesos Rugby Club, es uno de tantos frutos que ha otorgado el atrevimiento de la reconocida pregunta. En su tercera edición, el Club Rugby A Palos fue invitado a participar en una competición donde quizás ese término, el de competir, es el que quede más relegado en una hipotética pirámide de  "FAT" Maslow.

Es un torneo exclusivo, puesto que sólo los que superen un peso pueden participar, e inclusivo a la vez, mete a los delanteros en este tipo de competiciones en las que suelen quedar relegados. Ya se sabe, el verano para los alas y los tres cuartos es como las navidades para un crío. Es el momento en el que reciben todos aquellos balones que durante la temporada regular esperaban en la banda para realizar su estilizada carrera y salir en la foto del ensayo.


Con todo, para allá que fuimos. Más de cinco horas de viaje para aterrizar en la Plaza Mayor de Monzón, coger el primer "mini" de cerveza Ámbar y estar cantando "Somos de Cuenca, somos de Cuenca, viva la madre que nos parió" a los cinco minutos de ser entrevistados por el equipo de comunicación del torneo, con cámara y micrófono en mano. Mucho disfraz, mucho cachondeo en el pesaje y dos mesas enteras de comida que la expedición conquense ni cató. Para cuando por fin estuvimos todos y todas acreditados y marcados en el brazo con nuestro peso correspondiente...en los platos de plástico sólo quedaban patatas rancias y pan. Ante tal desconcierto, la cerveza fue la cura de los dolores, tal y como ocurre después de los partidos.

Hubo a quien la noche se le hizo más larga de lo esperado por las sinousas calles de Monzón. Los que queríamos descansar para competir el día siguiente (que los habíamos) comprendimos pronto que este torneo no es para eso, y que el polideportivo que acogía a los participantes tiene una resonancia magnífica para potenciar los ronquidos. Una coral grupal de tartamudeantes aspiraciones que estremecerían a cualquier director de orquesta. Lejos de parecer un coro de adolescentes imitando a los Backstreet Boys, los gruñidos y respiraciones frondosas se acompasaban y establecían un intercambio hasta divertido cuando uno asimilaba que iba a ser imposible conciliar el sueño. Llegada el alba, los ronquidos dan paso a los jugadores que volvían del séptimo u octavo tiempo para descansar un par de horas antes de jugar. Las risas nerviosas por cualquier estupidez se intercambian con los "chistidos" y, cuando no eransuficientes, se mentaba a ancestros ya fallecidos. Todo con mucha calma y conciliación eso sí.
Ya en el campo el día transcurrió entre el desatino de los resultados,  gastar entre partido y partido el bono de cervezas que daba la "gordanización" y refrescarse con los aspersores del campo. Tras la pausa para comer, los servicios de emergencia vieron incrementada su faena y es que, ¿a quién se lo ocurre poner de comida fabada? Pues con el guiso y la carne en el gaznate moviéndose a ritmo del trote cochinero de los jugadores de más de cien kilos siguió el evento. En los dos campos, los pesados contendientes se intercambiaban placajes, mauls, ensayos y alguna que otra caricia (siempre bajo la cortina de los rucks), nada nuevo. En la medianilla, la música daba espacio al cachondeo, los bailes y el concuros de mejor barriga. Ay, tantos consejos de belleza y nadie nos dijo que para ganar sólo había que pintarse una cara en la panza.

¿Quién gano? Pues... ¿a quién le importa? El pitido final llevó a la entrega de trofeos, un recuerdo con chapa por un fin de semana que, si no fuera por las fotos, más de uno no recordaría nada. Volvería la gran protagonista, la cerveza. Ámbar para parar un camión (que se paró), una buena cena cargada de calorías y una banda bien apañada cantando éxitos de ayer y antes de ayer. Ni la lluvia pudo con el punto y final de un torneo que para un delantero de rugby debería de ser como La Meca para los musulmanes, de obligada participación al menos una vez en la vida.




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